Murió por amor. Y sabía desde el principio que para eso no había cura.
Cuando leyó aquella carta supo que no le volvería a ver. Que esa era una especie de despedida. Muy particular, muy fría, muy de su estilo.
Le deseó todo tipo de desgracias, le odió hasta que le sangró la nariz y hasta que se le arrugó la piel. Se lo había quitado todo. Pero quería volverle a ver.
Y sobre todo se lamentaba de no haber sido más precavido. De no verlas venir.
Y al final murió como los grandes románticos, sollozando entre sábanas. Se pasaba las tardes tumbado en la cama, buscando la mano de su compañero en el aire. Acabó delirando y dejó de respirar consumido por las fiebres y asfixiado por la tos.
Si los hospitales siempre han sido sitios tristes, los redactores de sus comunicados deben de ser personas muy grises.
Sobre la mesita de la habitación aquella aterradora carta, que le avisó de todo, señalaba friamente: Anticuerpos Anti-HIV = Positivo.
Tengo seis dedos en cada mano. Nadie se ha dado cuenta, uno es transparente.
Se llaman sancho, sancho de la mano derecha y sancho de la izquierda, venian ya con nombre, no es como los otros cuyo nombre me los tuve que aprender, son dedos raros.
Casi no sabia ni moverlos, no era fácil, al ser trasparentes se veía el efecto pero no el sujeto de la acción, además el esfuerzo tenia que salir de otro sitio, no voy a entrar en detalles que ni yo mismo podría expresar con meridiana claridad, los que tenéis de estos dedos me comprenderéis.
De crio les sacaba poco partido, metérmelos en la nariz de forma desapercibida, hurgarme la oreja, pero ojo, al tiempo me hice famoso por menear las orejas de forma extraña y de eso a entrar a formar parte de los monstruos de un circo solo hay un paso.
Con la adolescencia se emanciparon, hacían lo que querían, iban a su bola y me metieron en más de un problema; las chicas, las tonterías, ya sabéis.
Ahora solo tengo que estar agradecido a Dios por este don. Torpe, poco inteligente y sin ser espabilado tenia muchas papeletas para ser un parado de larga duración o presidente de los Estados Unidos y al nacer en Cuenca ni esto último. Trabajo en el casino y mis jefes me aprecian mucho.
-El clavo de la izquierda está suelto. El otro hombre se quitó el casco, se limpió el polvo que se le pegaba junto con el sudor a la cara y contempló el supuesto fallo señalado. -Pues casi ni se nota. -Va a ceder te lo digo yo. -Oye ¿Quien es aquí el experto? -Solo te digo que quedaría bastante chapucero si se soltase, y a la larga sería también incomodo a efectos prácticos, la verdad. -¿Y que quieres que haga? -Pues coje la escalera, sube y ajustalo. Volviendose a poner el casco, bufó. -Si es que se creen que lo saben todo- murmuraba mientras bajaba por el camino en busca de la escalera. Volvió minutos más tarde con la escalera, se encaramó a ella martillo en mano, y pese a las dificultades y a la considerable altura, apañó como pudo la obra. -¿Contento? -Está mejor, más firme, esto... ya que estas aquí ¿podías hacerme un favor y aflojarme la corona de espinas? Se me está clavando una en un ojo.
D.C.R. :
Ha decidido que la vida es más trágica sin caperucitas ni lobos y pretende perderse de nuevo en el bosque a robar cestas a desorientadas niñas, o niñas a confiadas cestas.