La siguiente frase es mentira: La anterior frase es cierta. El hombre de la izquierda preguntó al de la derecha:
-Oye, ¿tienes tabaco?
El de la derecha respondió:
-No.
Y sacó una pitillera y le ofreció un cigarrillo. Luego apuntó:
-Ahí viene alguien.
El hombre de la izquierda, con la mano a modo de visera para evitar el sol, oteó el camino. Comentó:
-No lo veo.
Ambos se pusieron los sombreros y se ajustaron el nudo de la corbata, a continuación permanecieron muy firmes. Cada uno en su posición, delante de la puerta correspondiente.
A los pocos minutos un hombre llegó hasta ellos, tenía un aire despistado y toda la pinta de haber recorrido muchos kilómetros a pie.
Sacó unas gafas del bolsillo de la camisa, se las puso con un gesto que denotaba cierta torpeza y contempló la escena. Dos puertas y dos guardianes.
-¿Y bien?- preguntó.
El hombre de la derecha comenzó la frase:
-Una puerta es la salida...
El de la izquierda la terminó:
-...y la otra es una muerte horrible.
-¿Y vosotros?- inquirió.
El hombre de la izquierda comenzó la frase:
-Solo uno de los dos miente siempre...
El de la derecha la terminó:
-...y el otro siempre dice la verdad.
-Hum...- el recién llegado se rascaba la cabeza. Escudriñó el lugar con la mirada, concluyó que no parecía existir otro camino para llegar al otro lado del muro. Uno de los dos guardianes carraspeó y matizó:
-Tiene derecho a una pregunta.
-¿Sólo una?
Ambos guardianes sonrieron, el de la izquierda dijo:
-Sí.
El visitante se tomó su tiempo, se alejó de los dos hombres y se sentó en una pequeña roca que había en el camino. Pasó bastante rato hablando consigo mismo en voz baja, hasta que por fin llegó a razonar una decisión. Se levantó y se acercó a los guardianes, uno de los cuales cubría un tímido bostezo con la mano.
-¿A cual de nosotros quiere preguntar?
-Me es indiferente.- dijo el recién llegado con gesto triunfal.
Se acercó al guardián de la derecha y lanzó la pregunta:
-Bien, si yo le preguntase a tu compañero cual es la puerta que me conduce a la salida ¿cual crees que me diría él que es?
El guardián de la izquierda apenas se lo pensó:
-La que está justo detrás de mí.
El hombre sonrió, se quitó las gafas y las devolvió al bolsillo y se dirigió orgulloso a la puerta contraria a la señalada. La abrió y entró con paso firme y decidido. La puerta se cerró sola al instante.
El hombre de la izquierda recordó el cigarrillo y lo rescató de las profundidades del bolsillo de la chaqueta. El de la derecha lo observó y decidió también sacar uno. Se tanteó el traje en busca de un mechero.
Entonces el hombre de la derecha le dijo al de la izquierda:
-Oye, no tendrás fuego ¿no?
El de la izquierda encendió una cerilla frotando con un gesto rápido la cabeza de la misma contra el marco de la puerta. Tras está se oyó un grito, que poco a poco se fue apagando. Respondió:
Suspiró, como quien va a realizar un duro esfuerzo y es consciente de ello, y respondió:
-Lo que quiero es que algún día alguien se meta sin avisar en tu sueño. Y que al levantarte descubras que no puedes hacer nada por sacarlo de la cabeza. Que en realidad no te corresponda como tú quieres. Que apenas sepa que tan siquiera existes. Que te arranques la piel mil veces y te zurzas el corazón dos mil. Que te sea tan profunda esa sensación de angustia que te tiemblen los mismos huesos. Que se cuele dentro, muy dentro de tí hasta fondo del mismo alma. Que cada palabra suya te baile en la cabeza cientos veces como una mosca molesta, como un eco que no se apaga. Que con solo verle pierdas todo atisbo de coherencia. Que desaparezca tu voz y grites con rabia por dentro cada vez que abandonas la dignidad. Que sea parte de tí cada día, cada hora y cada minuto sin él tan siquiera saberlo. Que le llegues a odiar por amarlo. Que te refugies en cualquier rincón y el techo caiga sobre tí. Que no aspires a encontrar tu sitio si él no forma parte del mismo. Que te humilles. Que te preguntes como lo hace sin hacer nada. Que sufras. Que no alcances a comprender que hilos ha tocado. Que llores sangre. Que explotes por las noches y pierdas las mañanas buscando cada pedazo. Que tu vida se retuerza hasta romperse. Que no puedas sacarlo nunca de dentro. Que te tortures hasta el dolor... Eso, todo eso, deseo.
Y fueron felices... Y una vez roto el hechizo, y ajusticiada la malvada bruja en una sangrienta teatral y merecida ceremonia de tortura ante todo el pueblo, el príncipe y la princesa se recogieron en la tranquilidad de una idílica casita campestre dispuestos a sentarse en la que sería su primera cena en la intimidad.
Pero las miradas cómplices y las sonrisas pícaras que se adivinaban en aquella feliz pareja pronto se convirtieron en gestos de incredulidad y posteriormente de puro pánico cuando, segundos antes de clavar el tenedor en la comida, el estruendo de cristales rotos dejó paso a un vendaval de perdices que, envalentonadas por el peso de años de esclavización literaria que otorgaban las leyendas, rasgaron los ropajes reales con furia, arañaron la carne de porcelana con saña y picotearon con sed de venganza a sus víctimas hasta el mismo hueso.
D.C.R. :
Ha decidido que la vida es más trágica sin caperucitas ni lobos y pretende perderse de nuevo en el bosque a robar cestas a desorientadas niñas, o niñas a confiadas cestas.