Sopa de sesos, divina tragedia.
Divina Tragedia
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sábado, febrero 26, 2005
El pastor (Guest Star: Latro)
El viejo pastor vivía en una aislada cabaña en mitad del Mar de Hierba, a seis leguas del Camino Real. Tenía un huerto, un pozo, tres ovejas y un perro tan achacoso como él. Y un manzano, bajo el que yacían enterrados sus antepasados y su esposa.

Se levantaba todo los días a la salida del sol, sacaba a su modesto rebaño del establo y pasaba la jornada en los alrededores. A mediodía compartía su almuerzo con el perro; cuando llegaba el ocaso volvía a su hogar, encerraba a las ovejas y tras una cena frugal a base de queso se acostaba. Llevaba esa rutina desde que tuvo edad para caminar, y sólo la había interrumpido cuando fue reclutado para las Guerras Septentrionales, en las que había luchado bajo las órdenes del Rey. Entonces se había enfrentado a los Hombres Salvajes: bárbaros del Norte que asolaban periódicamente las Llanuras robando, masacrando, alimentándose de los cadáveres de aquellos que les hacían frente y profanando todo aquello que era sagrado.

Las únicas preocupaciones que tenía el pastor consistían en ahuyentar a la alimaña ocasional y en evitar que sus ovejas pastaran junto a los brotes de Muerte Carmesí, cuyas hojas encarnadas rompían la monotonía cromática de las interminables llanuras. Su padre había tenido que sacrificar a un cordero que se había alimentado de esa planta; el cuerpo del animal se sacudía y convulsionaba de forma incontrolada, y todavía recordaba sus balidos desesperados.

Esa era su existencia. Cada día le costaba un poco más levantarse, y el dolor de huesos se había convertido en algo tan indeseable como crónico. Pero ni eso ni el pasar de las estaciones impedía que siguiera pastoreando, acompañado por los recuerdos de toda una vida.

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Cierto día el pastor se levantó, y al salir de su choza encontró a una de sus ovejas destripada y colgada del manzano. Ni los lobos ni los zorros eran capaces de tales proezas, y mientras su perro ladraba asustado a los restos colgantes el pastor suspiró, porque sabía lo que esa señal significaba. Y procedió a enterrar la advertencia que los Hombres Salvajes le habían hecho.

Cuando acabó sacó a pastar a las ovejas restantes, pero en esta ocasión cada vez que veía un brote de Muerte Carmesí lo arrancaba y lo metía en su zurrón, y al llegar a su cabaña buscó su espada, que no había vuelto a tocar desde que volvió de la guerra. El óxido había hecho estragos con ella, pero la afiló lo mejor que pudo. Acto seguido atrancó puerta y ventanas y cenó, pero esta vez no tomó el queso sin acompañar. Luego se sentó a esperar con la espada sobre las rodillas, en la oscuridad de su cabaña.

Horas más tarde en el exterior empezaron a escucharse las primeras voces, hoscas y extrañas. Las ovejas empezaron a balar asustadas, pero guardaron silencio poco después. Alguien aporreó la puerta mientras reía. Los golpes se hicieron más numerosos, al igual que los gritos. Cuando los hachazos empezaron a caer sobre la puerta el pastor se puso trabajosamente en pie y empuñó con fuerza su espada, y así le encontraron los atacantes cuando, junto a la luz de la luna, irrumpieron en la choza.

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Los Hombres Salvajes respetan el valor, y el viejo se había enfrentado a ellos con coraje. Así que esa noche bebieron su sangre y comieron su carne, mientras cantaban canciones que hablaban de dioses crueles, páramos helados y batallas sangrientas.

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Cuando los rastreadores del Duque de Ashenvale llegaron a la cabaña dos semanas después encontraron los restos de la cuadrilla de norteños: catorce cadáveres que los carroñeros no habían tocado. Sus articulaciones se doblaban formando ángulos imposibles, y viendo sus rostros era evidente que la muerte les había llegado tras una intensa agonía.

Latro

 
Chucho Sombra es tu amigo, alimentalo como alimentarías a un tumor.
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Contacto y amenazas de muerte a: halacondios2@gmail.com

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- Perseguir imposibles da sentido a la existencia

Personas han perdido tiempo de su vida útil aquí.


D.C.R. : Ha decidido que la vida es más trágica sin caperucitas ni lobos y pretende perderse de nuevo en el bosque a robar cestas a desorientadas niñas, o niñas a confiadas cestas.