Aferrandose a su espada el bárbaro avanzaba a traves del confuso campo de batalla ya teñido de rojo. Casi todos los demás guerreros de su cohorte habían caido víctimas del filo enemigo o estaban a punto de dejarse vencer. La última oleada había visto truncado su avance por la fiera caballería rival. No hubo piedad alguna y los cadáveres se apilaban formando un paisaje desolador. Los pocos que quedaban en pie contemplaban una afronta perdida y aún así luchaban con todo el orgullo de su estirpe.
Él mismo había participado en decenas de batallas como esa. Debería de haberse acostumbrado a las guerras, pero no lo había hecho. Y eso pese a que en su vida jamás había hecho otra cosa que luchar. Desde que tenía uso de razón fue educado para matar al invasor y defender a su pueblo. El Ejercito Real los entrenaba con eficacia.
De repente entre el caos reinante una figura se abalanzó sobre él. Tenía la piel negra y espada en mano buscaba desesperadamente atravesar el corazón del Bárbaro. Sin pensarlo apenas, esquivó con holgura el golpe del oscuro enemigo y le asestó un mandoble tal a la altura del cuello que sesgó su vida al instante y separó su cabeza definitivamente de su cuerpo a la vez que un manantial de liquido color rubí regaba el terreno. El cuerpo se arrodilló y a continuación se desplomó sobre el suelo. El Bárbaro se limpió la sangre de su cara y suspiro, de todos modos fue fácil porque el tenía ventaja.
Pero...
Pronto fue consciente de que su misión en esta guerra ya tocaba a su fin, más o menos en el momento en que divisó a aquel gigantesco golem de piedra enemigo avanzar hacía él, dispuesto a vengar a su compañero decapitado. Sabiendose perdido pero sin renunciar a su honor le asestó dos espadazos que apenas arañaron la dura capa de roca que constituía la piel de su contrincante. Este con un feroz gesto aplastó al guerrero como un par de piedras aplastarían a una cucaracha.
Lo último que pasó por la cabeza del Bárbaro fué que del mismo modo que nunca se había acostumbrado a luchar, nunca se había acostumbrado a morir. Y eso que había muerto varias veces.
A lo lejos contemplando todo movimiento que se realizaba en el campo de batalla el Rey se giro hacía su Reina y le comentó:
-No se para que te hago caso, te dije que tenía que haber enrocado al principio, la torre nos va a joder vivos.
D.C.R. :
Ha decidido que la vida es más trágica sin caperucitas ni lobos y pretende perderse de nuevo en el bosque a robar cestas a desorientadas niñas, o niñas a confiadas cestas.