Hay palabras prohibidas. Cuando una pareja intima surge la necesidad de rebautizar al compañero, de proporcionar un nombre a ese ser querido. Quien dice un nombre dice un apodo cariñoso o un sencillo bisílabo que fuera de contexto tan sólo resultaría mera ñoñeria. Pero ese apelativo contiene en su interior un compromiso personal y otorga una sensación de propiedad privada, de pertenencia a alguien, de que aquello solo podía ser entendido por dos personas. Al menos así lo entendía él. Siempre tenía una palabra especial para refereirse a su compañera. Siempre. Todas y cada una de las mujeres con las que había estado tenían un nombre propio y otro heredado de esa relación. Solo había una norma: Ninguna de sus amantes podía compartir con otra su apelativo cariñoso. Eso estaba prohibido. Sería como traicionar la privacidad de la palabra misma. Como romper el compromiso. Como si todas las mujeres para él fuesen la misma, y no era así.
Ella en cambio podía amar con todo el alma, pero siempre había preferido llamar a sus novios por su nombre real. Diferenciaba entre la realidad y la fantasía de los enamorados y se sentía mas cercana y mas querida si era tratada por su nombre de nacimiento. De todos modos tampoco le importó el hecho de que él la bautizara con un mote ligeramente cursi, pero que en el fondo acabó gustandole. Y por eso ella un día se dirigió a él con uno de esos nombres (quien dice un nombre dice un apodo cariñoso o un sencillo bisílabo que fuera de contexto tan sólo resultaría mera ñoñeria) y lo hizó con tan mala suerte que de todos los vocablos conocidos en el mundo de las parejas seleccionó uno que ha había sido utilizado por una de las antigüas compañeras de amorios de él.
Él indignado por la falta de respeto de ella al usar una palabra prohibida que no le correspondía utilizar, demostró que no soportaba su falta de sensibilidad, abofeteandola.
-¡No vuelvas a llamarme así! - gritó
Ella indignada también por la falta de sensibilidad de él, al no ser capaz de asimilar un gesto de cariño, quiso demostrar su enfado replicando pero no pudo pronunciar palabra.
A partir de ese día solo llamó por su nombre a aquel hombre insensible.
Yo no le envidio, solo me parece entrañable verle escribir con la sensibilidad a flor de piel. Ya sabes cómo me gusta lo que escribes y que en el fondo tengo un rio de azucar y miel corriendome por las venas.
D.C.R. :
Ha decidido que la vida es más trágica sin caperucitas ni lobos y pretende perderse de nuevo en el bosque a robar cestas a desorientadas niñas, o niñas a confiadas cestas.