De cartas perdidas y musas encontradas (BarBara + d.c.r.) Tengo una grave enfermedad, me he enamorado de un escritor.
Trabajo de jardinera desde 1986, cuando decidieron que el parque sería mucho más bonito si lo adornaban de flores silvestres y jazmines.
Desde hace dos meses alguien madruga demasiado y se sienta a escribir en el banco del parque central, justo al lado de la frutería que siempre está cerrada. Creo que la dueña lleva de parto tres años y dos semanas. Espero almenos que le hayan puesto la epidural.
No sé si lo hace sin querer o intenta forcejear un poco con el destino. El caso es que llevo dos meses encontrándome escritos suyos bajo el banco. Bueno, no precisamente encontrándomelos, eso solo fue al principio. No sé que ha pasado pero creo que todo ha ido demasiado lejos, hubo una noche que la pasé en vela detrás de un árbol esperando verle aparecer. Nada. Al día siguiente no tuve nada para leer. Ese día me vio ( estoy segura ) y dejó de escribir para él.
Desde entonces todo va dedicado a mi persona. Cartas de amor, situaciones vergonzosas, promesas, agradecimientos, halagos e incluso relatos eróticos donde se atreve a describirme a la perfección. Y no solo a eso.
No dejo de pensar que quizá todo esto sea algo quimérico, irreal. Pero como va a ser irreal algo que puedo tocar? Esas hojas, esas palabras, esas frases. Me estoy volviendo loca.
No dejo de pensar en él, sueño, planeo, me acaricio, me enfado y me derrumbo. Le busco y no hay nada. Solo letras.
Y encima empiezo a imaginar, en realidad hace un mes que planeo hacerle el amor. Ya me he estudiado todas las posturas posibles, ya que para él no son ninguna novedad. O ir un día a la estación y encontrarle haciendo autostop en la gasolinera y llevarle, y comer costillas y arrancar la hierba con los dedos. O regalarle caramelos japoneses con un sabor característico y desear que le gusten tanto que almenos tenga una excusa para verme.
¿Y si le escribo? ¿Harán mis letras el mismo efecto que han hecho las suyas?
BarBara
En mi cuarto Ella Fitzgerald no dejaba de cantarme al oído que lo mejor era tener paciencia.
Y la tengo, y mucha. Todo lo bueno se hace esperar, está claro. Siempre hay un momento para cada cosa, la putada era atrapar ese momento.
Pero la página seguía en blanco y yo aún trataba de empujar las palabras a sus párrafos.
Un experto en la materia me dijo que todo es cuestión de musas.
Necesitaba encontrar una para ayudar a Dickens y a Andersen.
Me explico, tenía una cierta obsesión con el encuentro entre la leyenda del cuento y el danés que dio a luz El Patito Feo. Resulta que Charles Dickens invitó a pasar una semana en su casa a Hans Christian Andersen. Los hechos que allí ocurrieron durante la estancia (que se manifestó como un infierno para el matrimonio de Dickens y se alargó mucho más de una semana) son tan surrealistas y propios de talentosos escritores que me vi en la necesidad de convertirlos a ambos en protagonistas de un relato de esos que a veces me gusta lanzar en la Tragedia Divina.
Dos grandes del cuento en un cuento propio, idea ideal.
Pero no sabía como ordenar las palabras, me sentaba delante de las teclas y nada brotaba, estaba en blanco. Me hacían falta una musa.
Hasta Andersen que era desgarbado, feo e insoportable había encontrado su musa (que renegaba de el, eso sí) un atractivo bailarín que era reseñado en su diario bajo las cruces que el danés dibujaba cada vez que se masturbaba. Fue su objeto de deseo. En el mismo diario escribió "Lo deseo todo el día".
Yo necesitaba algo de eso.
Las musas te ayudan a escribir ya te deseen o te repudien. Los textos más ocurrentes son fruto del cariño y del dolor, si Henry Miller dictaminaba que "para ser escritor no hace falta haber escrito un libro" alguien apostilló "para ser escritor lo que es seguro es que tienes que haber sufrido".
Joder, que yo necesitaba algo de eso.
La habitación se cargaba y ahora era Shirley Horn quien me invitaba a bailar.
Pero la página seguía tan blanca como mi mente.
A veces lo mejor es dejarlo todo y salir a dar un paseo. Suponía que debajo de alguna piedra del parque o sentada, esperandome en algún banco, encontraría la inspiración.
Desde que volví solo escribo en el diario una misma cosa, siete veces a la semana: "La deseo todo el día".
Y luego las páginas se llenan con una facilidad pasmosa.
He encontrado mi musa.
Dickens y Andersen esperan sentados y se mueren de la envidia, porque estas letras ya no están dedicadas a ellos.
D.C.R. :
Ha decidido que la vida es más trágica sin caperucitas ni lobos y pretende perderse de nuevo en el bosque a robar cestas a desorientadas niñas, o niñas a confiadas cestas.