Irvin había nacido en una de esas familias de clase media-alta americanas, pero nunca desde que tuvo uso de razón fue feliz.
Cuando tenía 8 años su padre pereció víctima de un accidente de tráfico, ciertos testigos decian bromeando que llevaba tanto alcohol en el cuerpo que entre los rios de liquido inflamable que cubrían la autopista cuando llegaron los bomberos (a sacar el cuerpo inerte de las entrañas del coche) no se podia distinguir la gasolina de la sangre.
A partir de ese día Irvin quedó a cargo de su madre.
Dicen que tienes uso de razón de los 8 años en adelante, aunque se supone que todo esto son aproximaciones. Pues para Irvin la llegada consciente a este mundo solo significó continuas palizas, insultos varios sin motivo aparente y una pésima educación en lo que a sociabilidad se refiere.
Irvin era una persona extremadamente reprimida, huraña y sin amigos. Continuó toda su vida esquivando el contacto con la gente. Nunca tuvo una novia formal. Nunca tuvo un amigo de verdad. Refunfuñaba constantemente y murmuraba para sí cuando alguien le hablaba. Se sentía incomodo cuando por fuerza tenía que establecer contacto con la gente.
Y siguió viviendo con su madre.
Su odiada madre.
Lo curioso resultó ser cuando halló su profesión.
Irvin consiguió llegar a ser Reidor Profesional.
No se si es muy conocida esta profesión, pero en Norteamerica en las sitcoms televisivas hay un público presente durante el rodaje de las mismas. Las teleseries de comedia se ruedan con espectadores.
A veces las tomas más graciosas, los momentos supuestamente hilarantes, se repiten una y otra vez hasta que todo sale a la perfección. Para la cuarta o quinta vez que el público habrá visto el gag la cosa ya no resulta tan ocurrente.
Ahí entraba en escena Irvin.
Él era Reidor Profesional y siempre estaba colocado estratégicamente. Él contagiaba la risa a la gente. No dejaba de resultar irónico que la persona más asocial del mundo fuese el detonante de la risa conjunta. Pero ciertamente era lógico; Irvin nunca había utilizado mucho la risa como medio de expresión, su vida familiar no daba pie a ello sino más bien a lo contrario, tenía por tanto carcajadas de sobra para soltar en su trabajo.
Su repertorio era tremendamente extenso:
-La Risa Espontánea: Era necesaria cuando ocurría algo inesperado. Surgia de dentro como un estornudo y se iba alzando poco a poco el volumen de la risilla inical.
-La Risa Complice: Para situaciones en las que el público debía de verse identificado con el devenir de los actores, era reservada pero pícara.
-La Risotada Forzada: Tremendamente irreal y por eso extremadamente facil de contagiar, exagerada hasta el ridículo hacía que los demás fueran extendiendo la carcajada desde el epicentro originario de la misma hasta toda la grada.
-La Carcajada: Hiperbólica, socarrona y exagerada, para los mejores momentos de la serie.
-Sonrisa Sonora: Sencilla, para momentos tiernos. Apenas contagiosa pero que creaba clima.
Y así hasta llegar a los cincuenta tipos de risa que el mismo especificaba a los productores, para que estos en función del momento señalaran en un guión destinado a Irvin cuando era necesaria su participación y como. Irvin se lo estudiaba junto con los guiones de las telecomedias y así asistia a los rodajes.
Lo curioso es que Irvin parecia pasarlo bien, parecía feliz, pero realmente no lo era. Era su trabajo. Era un actor más. Y eso no le ayudaba a evadirse de que aún a su edad volvería cada día a casa con su madre. Su odiadísima madre. La cual con el paso de los años, y pese a ser en aquel momento casi una anciana dependiente de terceras personas, se había agriado cada vez más.
No pensaba en otra cosa, ella tenía la culpa de todo y de que su profesión fuese tan estúpida y amoral. Tan carente de sentimientos. Tan falsa. Demasiado ocultarse tras una apariencia, el era un mero actor. Todos los días ensayaba sus risas delante del espejo.
Las audiencias subian en las teleseries en las que participaba, los productores le hacían contratos por temporadas y todo iba increiblemente bien para la estabilidad de su carrera. Su odiada carrera profesional.
Pero un día recibió una extraña llamada de su madre en medio de un rodaje. Inmerso en su trabajo la obvió. Su madre estaba senil y podía ser cualquier tontería.
Más tarde en el descanso entre toma y toma, cuando el animador entretenia al público con estúpidos chistes de comediante barato. Recibió otra llamada que sí contestó. Era del hospital.
Tenían a su madre.
Había muerto por la tarde.
Al acabar la pausa volvió a su asiento y continuó su trabajo, se carcajeó más alto que nunca y acabo palmeandose las rodillas de la emoción. Pero aún así, Irvin solo estaba actuando. Sentía haberse quitado un peso de encima, pero aún no era feliz. Y no sabía el porqué.
El cura tuvo que detener su discurso sobre la bondad y el buenhacer de la madre cuando las risotadas de Irvin apagaron el mismo. Todos los presentes al funeral dirigieron su mirada a la primera fila donde el hijo de la difunta daba buena muestra de que ejecutaba la Carcajada con maestría. Pero la risa de Irvin era muy contagiosa. Al poco las caras de sorpresa se transformaron en muecas de risa y toda la iglesia estalló en un enorme coro de risotadas incontroladas.
Justo enfrente del ataud de su madre, custodiado por dos monaguillos que trataban de mantener a duras penas la seriedad necesaria, Irvin se reía y repasaba de forma sonora los cincuenta tipos de risa que tenía en su repertorio.
Y desde lo más profundo sentía que...
...por primera vez en mucho, mucho, muchísimo tiempo, era feliz.
D.C.R. :
Ha decidido que la vida es más trágica sin caperucitas ni lobos y pretende perderse de nuevo en el bosque a robar cestas a desorientadas niñas, o niñas a confiadas cestas.