Y fueron felices... Y una vez roto el hechizo, y ajusticiada la malvada bruja en una sangrienta teatral y merecida ceremonia de tortura ante todo el pueblo, el príncipe y la princesa se recogieron en la tranquilidad de una idílica casita campestre dispuestos a sentarse en la que sería su primera cena en la intimidad.
Pero las miradas cómplices y las sonrisas pícaras que se adivinaban en aquella feliz pareja pronto se convirtieron en gestos de incredulidad y posteriormente de puro pánico cuando, segundos antes de clavar el tenedor en la comida, el estruendo de cristales rotos dejó paso a un vendaval de perdices que, envalentonadas por el peso de años de esclavización literaria que otorgaban las leyendas, rasgaron los ropajes reales con furia, arañaron la carne de porcelana con saña y picotearon con sed de venganza a sus víctimas hasta el mismo hueso.
D.C.R. :
Ha decidido que la vida es más trágica sin caperucitas ni lobos y pretende perderse de nuevo en el bosque a robar cestas a desorientadas niñas, o niñas a confiadas cestas.