No podría decir el día exacto en que descubrí la Caja en donde mi hermana atesoraba su colección.
Lo que sí recuerdo es que el ruido de tacones de madrugada me despertó esa noche, y como la más prudente de las espías me fingí dormida al mismo tiempo que abría un ojo, el derecho, para observarla a ella vaciando con prisas, y con la complicidad que se obtiene al no sentirse vigilada, el fondo del armario, el de los zapatos, para sacar a continuación con mucha delicadeza la Caja.
Ví como ella levantaba la tapa de la Caja, con tanta suavidad como si fuera de cristal, y no de cartón de ese grueso que apenas traspasan las tijeras a no ser que hagas fuerza con las dos manos, y contemple como rebuscaba en su interior con su mano, la derecha. Observé con envidia que mientras lo hacía tenía esa mirada orgullosa que me dedicaba a veces. Y adivine que sacaba algo de su bolso, el blanco el de la hebilla en forma de flor, y lo depositaba en la Caja.
Pero lo peor llegó cuando descubrí que no envidiaba las miradas orgullosas que la Caja, la del armario de los zapatos, me robaba de mi hermana. Sino que envidiaba su interior, su increible colección.
Porque una noche, una de esas en las que mi hermana no aparecía hasta la hora del desayuno, de tostadas, yo vacíe muy despacio el armario, colocando los zapatos, los negros con la rosa, los rojos de tacón, las botas altas de hebilla y las zapatillas azul celeste, en fila frente a mí y saqué a continuación con muchísimo cuidado la Caja de su escondite.
Y al abrirla contemplé fascinada su colección. La Caja era bastante grande, supuse que al principio había sido más pequeña, porque toda colección empieza con un objeto y cuando descubres que hay más parecidos solo quieres tener la mayor cantidad posible.
Tanteé los tesoros con la mano, la derecha, y juguetee con un par de ellos fascinada.
Me acerque otro, el más pequeño, al oído, el izquierdo, con la curiosidad de saber si aún se oía algo en su interior. Me sorprendió descubrir que sí, pero en el fondo me lo esperaba, o lo deseaba.
Desde entonces, muchas veces los tacones de mi hermana me despertaban del sueño cuando hacían acto de presencia antes del desayuno, de tostadas.
Y desde entonces cada vez que me sabía sola, extraía la Caja del armario, de los zapatos, y repasaba la colección de mi hermana con envidia, porque yo ni siquiera tenía uno solo de sus tesoros y demasiadas noches ella añadía uno más.
Cada día se iba haciendo más grande, la colección, y pronto necesitaría otra Caja con más espacio.
Supongo que por eso, por la envídia, está tarde fuí al hospital, el del barrio. Y les llevé la caja. Se pusieron muy contentos y me dieron las gracias, mientras me decían que había ayudado a salvar muchas vidas.
Y yo les dije que no era nada, que había visto el anuncio en el periódico, el de los domingos, que con letras muy grandes ponía:
Muah Diegui, que me alegro de que vuelvas a retomar tu literarura. Aunque apenas doy señales, me acuerdo mucho de vos. Sabes que siempre serás El Hombre de mis escasos sueños heteros.
D.C.R. :
Ha decidido que la vida es más trágica sin caperucitas ni lobos y pretende perderse de nuevo en el bosque a robar cestas a desorientadas niñas, o niñas a confiadas cestas.